Las Tribulaciones de Memín Pinguín - EL PASADO Y FUTURO DEL COMIC

Las Tribulaciones de Memín Pinguín



En 1947 aparece el cómic Memín Pinguín con el título de “Almas de niño”. Su autor por un largo tiempo es Alberto Cabrera, y se publica en Pepín, Diario de novelas gráficas, revista que a lo largo de dos décadas le proporciona a los recién alfabetizados un material “irresistible” (llega a editar cien o doscientos mil ejemplares al día). Pepín diversifica la fantasía entonces detenida en cuentos de hadas y relatos de apariciones, y con lenguaje pretencioso sumerge a la niñez de cualquier edad (privilegio del cómic) en el territorio del melodrama. “Almas de niño” tiene dos estímulos directos: el primero, Corazón: Diario de un niño, del italiano Edmundo d’Amicis, el relato clásico de la infancia del siglo XIX como entrecruce de las desgracias y los deberes bien cumplidos; el segundo, la serie norteamericana de cortometrajes Our Gang (La Pandilla), relatos de la infancia feliz de un grupo que desafía la distancia de clases y razas, con todo y distribución de roles: el niño rico, el niño gordo, el negrito (se exige el diminutivo).


Posteriormente, Yolanda Vargas Dulché, guionista exitosa del Pepín (autora de melodramas como Ladronzuela) se encarga de la serie con todo y el descubrimiento festejadísimo: la niñez es una hazaña de goces y sufrimientos. (Catarsis a la salida de clases). Carlangas, Memín, Ernestillo y Ricardo son los protagonistas del cómic que elimina la tragedia a favor del melodrama; para que los niños se sientan a salvo de la mala suerte. Se termina Pepín y aparece aislado Memín Pinguín, con dibujos de buena calidad a cargo de Sixto Valencia, y si Memín es el héroe por sus travesuras y su habla “tropical”, la heroína es su madre. Eufrosina, la Chulapona, la MaLinda, cuya imagen deriva de Aunt Jemima, la reina de los hotcakes. Y la figura de Memín, más que derivar de Ebony—el amigo del héroe del prodigioso cómic El Spirit, de Will Eisner, quizás el más brillante del siglo XX—viene de los estereotipos del music hall y el cine mudo. Memín es un extra de Amos’n Andy, afectado de populismo y dandismo.

Our Gang es una serie mediocrísima de claves humorísticas hoy ya incomprensibles; Memín Pinguín es en lo básico un melodrama “como del cine mexicano”, anclado desde su inicio en la observación de la pobreza o la riqueza que destruyen las familias y obligan a las madres solteras a lavar a diario montones de ropa para darle educación a sus hijos. Así, por ejemplo, en el episodio del domingo 31 de octubre de 1954, Carlos va a casa de su padre, que recién lo ha reconocido como hijo mientras no quiere saber nada de la madre, la joven que él mancilló. El texto es inevitable:

Carlos bajó en silencio las escaleras en compañía de su padre. Se había despedido porque comenzaba a sentir un extraño nudo de lágrimas en su garganta. Y es que comparaba la vida de miseria que llevaba al lado de su madrecita, a la cual se le negaban aquellos lazos.

El padre intenta sobornarlo para que Carlos viva a su lado. La respuesta honra a la tradición del placer de sufrir: “No puedo prometerle nada, porque... ni siquiera lo pensaré, señor. Jamás me separaré de mi madre”. Así es, llora como huérfano lo que no quisiste aprovechar como bastardo. Ya en la etapa de Vargas Dulché, Memín Pinguín se sustenta en el humor (dudoso) y en el melodrama (avasallador), a sabiendas de que el chantaje sentimental ahoga la risa. La familia es una entidad “biodegradable”, algo que subrayan los diálogos tristes o lamentables. De allí la importancia de la madre de Memín, una criatura del trópico que le reza a la Virgen en algo cercano al cubañol, y sufre tanto que merecía como el premio un torrente de lágrimas.

En Our Gang el racismo se transparenta en el trato de excepción del negrito, y ésto no sucede en el cómic mexicano, donde Memín es un dato estrictamente pintoresco. No es el inferior; es el diferente, sin más.

El racismo, entre otras características, es el cúmulo de acciones discriminatorias que el prejuicio justifica y exige, y es la operación que se esmera al elegir los sujetos ridiculizables. Pero lo risible del personaje y de su etnia o sector es un adorno de su inferioridad, y ésto no pasa con Memín Pinguín. Así el dibujo subraye la prominencia de los labios (“el negro bembón”), la mirada no es racista. El tema central del cómic no es la epidermis “quemada” sino la clase social. Memín es objeto de burla pero no de exclusión, y los chistes son los previsibles. ¿De dónde vienen, entonces, las acusaciones de “racista”?

Entre las explicaciones posibles, están las siguientes:
— la ignorancia de los acusadores respecto al cómic Memín Pinguín. No se juzga un producto específico de las industrias culturales sino a sellos postales y al hacerlo los censores desprecian la carga de afecto y aprecio de generaciones de lectores, habitantes de la tierra frágil del melodrama, solidarios con Memín por su manejo de los sentimientos del buen hijo.
— la impresión generalizada y justa del racismo del presidente Fox, capaz de afirmar en defensa de los migrantes que a los mexicanos se les destinan “trabajos que ni siquiera los negros aceptan”.
— la gana de transferir el racismo propio a la sociedad ajena.

Los lectores mexicanos de hace sesenta años o del año pasado no habrían tolerado un cómic abiertamente racista. Los cómics en México han sido profusamente machistas pero no antinegros, en un país donde por negro se entiende al de epidermis morena. El racismo profundo se dirige contra los indígenas, que, de acuerdo al “criollismo”, son el conjunto de seres anteriores a la civilización, incapaces de hablar-castilla-como-Dios-manda, y adaptables al estereotipo de Calzonzín, la creación satírica de Rius en Los Supermachos.

Memín Pinguín jamás fue, ni de lejos, un gran cómic, pero el gobierno de George Bush no se perdió la oportunidad de regañar a un gobernante enteramente a su servicio.

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